A pesar del voluntarismo que siempre dominó el modelo de toma de decisiones de la sucesión presidencial, los presidentes salientes siempre buscaron un esquema de transexenalidad activa o pasiva en la personalización de la selección del candidato que se ajustará a sus exigencias personales de liderazgo.
La sucesión presidencial de 1976 se decidió en el tercer trimestre de 1975 como un acto personal del presidente Echeverría, pero dejando como herencia la desarticulación de los acuerdos negociados que todo mandatario saliente debía consensuar con todos los grupos de poder, visibles e invisibles, del sistema/régimen/Estado.
El modelo de sucesión se basó en el juego del tapado o los movimientos estratégicos que tenía que hacer el presidente de la república para esconder a su candidato y sacarlo de la confrontación que le restara autoridad y capacidad de poder y funcionó con eficacia desde la candidatura presidencial de 1920 hasta la de 1970.
Buena parte del tiempo sucesorio la dedicaba el presidente saliente para ir engañando o distrayendo aspirantes y grupos de poder de tal manera que su candidato llegará sin demasiados raspones al día de su nominación. Pero a pesar de estos juegos secretos del sistema, no había más que candidatos visibles y la clase política solo se dedicaba a tratar de interpretar los signos y señales presidenciales para adivinar quién sería el feliz agraciado.
La sucesión presidencial de 1976 abrió la disputa con candidatos reconocidos en una lista oficial y los aspirantes visibles tuvieron que entrar a una disputa pública por sus territorios de poder, provocando el desgaste en la relación entre los candidatos y sus seguidores. El presidente Echeverría y sus operadores no leyeron o no entendieron las lecciones procesadas por Martín Luis Guzmán en su clásica novela La sombra del caudillo donde narra con sentido literario el proceso de sucesión presidencial de 1928.
Echeverría también rompió los mecanismos tradicionales de la política al imponer la candidatura de López Portillo como su sucesor por el solo hecho de carecer de equipo político y por tanto factible para extender el dominio del echeverrismo por otro sexenio.
Y por si fuera poco, la sucesión de 1976 definió un nuevo rumbo burocrático del país al dar por terminado el dominio de la burocracia política alrededor de la Secretaría de Gobernación y abrir al sector económico como el factor dominante sobre la política: López Portillo, De la Madrid, Salinas, Colosio y Zedillo salieron del sector económico-financiero-presupuestal del gabinete y esa continuidad se rompió en el 2000 cuando Zedillo cometió errores estratégicos con el PRI y permitió que la burocracia priísta le pusiera candidatos antitecnocráticos a su sucesor.
Fox, Calderón y Peña Nieto nunca pudieron construir un nuevo modelo programático de sucesión presidencial y supusieron la restauración del dedazo directo ante una sociedad más plural.
Juego de las sillas
- Con cierto desdén, algunos sectores políticos no le conceden importancia alguna al significado de que el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, fuera el orador oficial en la ceremonia luctuosa de Madero, uno de los héroes básicos del presidente López Obrador. Sin embargo, alrededor de Ramírez de la O ha comenzado a construirse un grupo político para potenciarlo como precandidato presidencial de López Obrador.
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