Las agencias de inteligencia y seguridad nacional de Estados Unidos nunca pudieron abrir la concha del ostión que albergaba en su interior las fórmulas secretas del funcionamiento del sistema político priísta. Los reportes conocidos de agentes de la CIA sobre México han carecido de la comprensión hacia los resortes de intereses que definen los equilibrios políticos mexicanos.
Cuando menos hasta el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari, la CIA había mantenido fuentes de información y contactos directos con titulares de la antigua Dirección Federal de Seguridad y luego con el Centro de Investigación Seguridad Nacional, pero más por el acceso a la información que por no saber utilizarla como una forma de influir en la designación del candidato.
Los secretarios de Gobernación de López Mateos a Echeverría también mantenían contactos fluidos con agentes de la CIA, aunque por razones de vecindad y de necesidades de la guerra fría una multitud de oficinas de seguridad nacional se habían instalado en México más para asuntos geopolíticos que para influir en el rumbo mexicano.
Hacia 1985, el embajador estadounidense John Gavin había llegado al punto de convertirse en el jefe operativo de todas las oficinas estadounidenses de inteligencia y seguridad nacional asentadas en México y movía los hilos del espionaje sin preocuparse por los efectos en Washington.
Pero la CIA nunca pudo tener un modelo de análisis e interpretación del sistema político mexicano y se quedó en la acumulación de chismes o interpretaciones carentes de inteligencia, es decir, reportes individuales sin pasar por el procesamiento de datos en función de un marco geopolítico sobre México.
El periodista Bob Woodward narra en su libro Las guerras secretas de la CIA el incidente ocurrido en 1985 cuando el director de la agencia, William Casey, ordenó la elaboración de una evaluación de inteligencia prefabricada que señalara que México estaba al borde del caos y que requería de decisiones operativas estadounidenses.
La estructura de la CIA se encontraba en esos momentos bajo vigilancia de las autoridades de seguridad y ya no era tan fácil que sus analistas fabricaran documentos de carácter político. El encargado de la sección mexicana de la CIA, John Horton, se negó a redactar el documento a partir de su experiencia reciente como jefe de la estación de la CIA en México y luego como profesional de inteligencia. Y para terminar de enredar las cosas, Horton renunció a la agencia y publicó sus razones en un sacudidor artículo en las páginas editoriales del periódico The Washington Post.
La intentona en 1985 de Gavin y la CIA estuvo en el escenario de posibilidades de reforzamiento del PAN como la alternativa estadounidense al ciclo del PRI en el poder, pero con resultados desastrosos que condujeron a la renuncia estrepitosa de Gavin y hago una investigación del Senado contra la administración Reagan.
En secreto, Gavin había articulado una alianza entre el PAN, los empresarios, la jerarquía católica conservadora y el gobierno estadounidense para propiciar la alternancia de partido en las elecciones presidenciales de 1988.
Al final, la CIA aceptó su derrota en el entendimiento del funcionamiento sistémico mexicano y prefirió entenderse ya con las autoridades electas. Pero también contribuyó el hecho de que Estados Unidos abandonó la lógica de la guerra fría en América Latina y ya no hubo necesidad de operar en México.
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