Danza con lobos

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Ha quedado para la  posteridad la fecha del 6 de enero de 2021 recogida en los anales de la Historia estadounidense, el día en que una turba violenta asaltó el Capitolio arengada por un presidente irresponsable, narcisista y prepotente que considera  sus aspiraciones y ambiciones personales por encima de una nación entera.

Muy superiores inclusive de los propios cimientos de la democracia. Donald Trump puede considerarse un accidente político, un outsider que llegó al poder más alto al que una persona puede aspirar como dirigente.

Trump es tan solo el epítome  de los malos tiempos que corren, porque el siglo XXI arrastra muchos de los males mayores de la pasada centuria, con una bolsa enorme de gente miserable y de soñadores que mueren sin alcanzar un ápice de sus más pequeños deseos.

Personajes como él son el fruto del rencor social, de una amargura malsana,  de la ira contenida y de la frustración amalgamada a otros traumas como el odio al otro, sobre todo, al diferente.

A Trump lo encumbraron todos los demonios juntos como si fuese la fábula de un mal cuento, justo en el país que se ha autoerigido en la cumbre de la democracia, defensor a ultranza de la libertad, de los derechos humanos y del laissez faire y laissez passer escrito con líneas doradas en el liberalismo económico.

A él, defensor de justamente lo contrario, en 2016 lo encumbraron 63 millones de votos y en las pasadas elecciones del 3 de noviembre, todavía logró obtener 6 millones de sufragios más a pesar de los enormes clarosocuros en el ejercicio de su gobierno con decisiones polémicas y controvertidas tanto a nivel interno como en el ámbito internacional; si Joe Biden no hubiese conquistado 73.7 millones de votos para convertirse en el “más votado” candidato a la Presidencia, entonces Trump habría logrado fácilmente la reelección.

Llegados a este punto, la gran pregunta es por qué el magnate obtuvo más votos a pesar de la pandemia y de su pésima gestión; a pesar de encarcelar y separar familias de inmigrantes ilegales; a pesar de despreciar el multilateralismo y a pesar de abrir -y profundizar- viejas heridas históricas sociales, culturales y de raza y de color en una nación que  intenta mirar hacia el futuro sin atavismos.

No me equivoco si digo que a Trump le ha votado la inquina, el resquemor, la pesadumbre, el espíritu de revancha y muchos fracasados  que creen que el establishment en sí mismo les ha robado sus sueños, sus esperanzas y se sienten tan agraviados como si se les debiera algo.

Su éxito como político se basa en lucrarse de esos sueños rotos, en convertirse en un vendedor de ilusiones, con cara de matón del viejo oeste, que impone su voluntad de malagana porque considera que el poder, ejercerlo, es una actividad omnímoda e incuestionable.

Trump envalentona y empodera a esa masa de millennials agraviados que no han podido convertirse en otro Zuckerberg y a los Ninis que no tienen otra opción que seguir en casa de sus padres jugando a las videoconsolas y  mamando del hedor que sueltan las redes sociales plagadas de críticas, descalificaciones pueriles e insultos grotescos  y odio más odio.

A COLACIÓN

En la era de la pandemia por el coronavirus hay otra pandemia igual de peligrosa que va y viene en determinadas épocas, orbitando en su propia dialéctica: los nacionalismos y los totalitarismos.

El escritor George Orwell, señala en su ensayo “Notes on nationalism” escrito en 1945 que el  nacionalismo es “hambre de poder” alimentada por el autoengaño; se trata de una de tantas acepciones en un interesante libro que desgrana la personalidad y las obsesiones de los nacionalistas.

¿Qué es Trump? Es un lobo con piel de oveja capaz de lucrarse con los sentimientos de los corderos malheridos, saca provecho de su insatisfacción para obtener poder que es lo que a él  más le satisface.

La toma del Capitolio ha quedado en nuestra memoria colectiva, los mandatarios europeos se han puesto nerviosos ante  el trágico evento pero también temerosos porque algo así llegase a ocurrir  en  un continente que, tras la caída de los nacionalismos y totalitarismos, defiende a capa y espada la democracia y la libertad en tiempos en que los lobos acechan  a los corderos gimientes.

Ha sido muy llamativa la reacción en cadena de los diversos líderes europeos, los primeros en pronunciarse al instante de la noticia misma por vía Twitter, comenzando por el primer ministro británico Boris Johnson, secundado por el mandatario español Pedro Sánchez y después prácticamente por los representantes de las instituciones europeas y hasta el líder la OTAN, Jens Stoltenberg, que tampoco se quedó atrás condenando la situación y horas después vendrían las declaraciones de la canciller alemana Angela Merkel y  el vídeo del mandatario francés Emmanuel Macron. Hay que defender la democracia y a las instituciones. ¡Cuidado que viene el lobo!