Un estado de ánimo anti AMLO está dominando el ambiente de atención política en el proceso de sucesión presidencial al interior del grupo lopezobradorista y del escenario ampliado que involucra a todos los grupos que se mueven contra el presidente de la República.
Pero los tiempos políticos sucesorios apenas están comenzando. Por ello es que las conclusiones que dan por derrotado a tal o cual partido o tal o cual candidato o que señalan que el presidente López Obrador está derrotado o ya se reeligió solo son parte del escenario típico circunstancial de toda elección presidencial que comienza, de acuerdo a las experiencias del pasado priista, al comenzar la segunda mitad del sexenio.
Este ambiente de exaltación se mueve todos los días y a todas horas con el manejo prácticamente terminal de encuestas al momento que se difunden y llevan sobre todo a los analistas que debieran tener la cabeza fría a conclusiones terminantes de que el candidato del presidente ya perdió, que habrá ruptura en los candidatos derrotados, que la oposición suma todos los votos y por ello ya se siente en Palacio Nacional y muchas otras especulaciones más.
Frente a ello, muchos analistas no saben administrar sus propios estados de ánimo y están desconcertados con los comportamientos mediáticos del presidente López Obrador en sus conferencias mañaneras, donde la vertiente lúdica del tabasqueño pone a girar a toda la clase política al ritmo del grupo de Chico Che y La Crisis, incluyendo entre sus destinatarios a preocupados estadounidenses que no entienden que las bromas presidenciales forman parte de la estrategia de comunicación política para la desorientación popular.
Muchos análisis, por ejemplo, están dando por liquidado a Morena y no le dan más vida que la que puede llegar a tener al momento de la toma de protesta formal del candidato morenista, sin preocuparse por analizar cuál es el pensamiento político del presidente sobre los partidos y sobre su partido y tampoco se preocupan por crear escenarios especulativos que generen cuando menos un punto de reflexión respecto a que no se trata de un caos estallado como signo de un desorden administrado desde la figura de quien sigue siendo la principal fuente de decisiones políticas del Gobierno morenista.
El análisis de la realidad política sucesoria de México necesita de enfoques fríos, de una nueva metodología y sobre todo partir de una interpretación más serena del estilo personal de hacer política del presidente López Obrador. Una de las explicaciones más sensatas señala que este tipo de personalidades complejas tienen mejor capacidad de decisión dentro de situaciones complejas, en tanto que todos los analistas parten de prejuicios metodológicos al tratar de explicarse a López Obrador a partir de la acumulación de información y experiencias de los viejos estilos priistas.
Los analistas tampoco le han dado una reflexión fría y calculadora a la forma en que el presidente ha decidido sus principales proyectos: el nuevo aeropuerto, la refinería y el tren maya, entre los más importantes. Nadie parece preocupado en tratar de encontrarle una lógica política y de poder a lo que ha hecho el presidente para llegar a las metas que se han propuesto, atravesando todo tipo de obstáculos.
Tampoco se ha realizado ningún análisis racional a la forma que enfrentó en el 2005 la estrategia salinista para desbarrancarlo con el intento de desafuero: los vídeos que prácticamente habrían llevado a la tumba política a cualquier otro funcionario, pero que López Obrador los catapultó con una politización comunicacional sorprendente y los convirtió en trampolines adicionales para su carrera presidencial, provocando que inclusive el caso de la destitución por violación de un amparo la llevó López Obrador a la orilla del encarcelamiento y el presidente Fox no se atrevió a tomar la decisión del arresto.
Los analistas han dejado sin evaluar la principal dicotomía del escenario lopezobradorista que revelan las encuestas: una desaprobación mayoritaria de los principales programas de gobierno, pero una consolidación casi inamovible de su aprobación personal. Y la salida fácil de muchos analistas se ha centrado en el argumento usado como ironía o burla de que se trata de un líder populista que tiene los días políticos contados, aunque una explicación más politológica debiera analizar los estados de ánimo sociales y sobre todo los deterioros institucionales de los adversarios presidenciales, porque ahí se tienen muchos indicios del sentido del voto en las elecciones de junio de 2024.
Otro de los datos que no ha sido racionalizado por la oposición política y mediática se encuentra en la victoria presidencial con el 53% de votos en el 2018, cuando todos los presidentes de 1988 a 2012 habían ganado con cifras menores al 50%. Pero el dato a contrastar debiera ser las razones del voto social por un político que en el 2006 se asumió como el presidente legítimo, tomado posesión formal en ceremonia en el Zócalo, aceptando una banda presidencial y sentado en una alterna silla del águila.
Y si se agrega la irritación social y política que provocó el plantón de varias semanas en el centro de la capital de la República que interrumpió la circulación en las calles centrales de Juárez y Reforma, entonces debió de haber habido un raciocinio político en los electores para darle la presidencia institucional en el 2018.
Estos datos solo ayudan a entender a López Obrador como político, gobernante y hombre de poder en estos momentos en que debe administrar un país en crisis, gestionar una crisis producto de las contradicciones de su propuesta de gobierno y operar una de las sucesiones presidenciales más complejas y visibles que se haya tenido, sin que hasta el momento haya perdido el control de los acontecimientos ni de los hilos del poder.
López Obrador no es invencible, pero han sabido aprovechar la dinámica cómoda de sus críticos para mover los resortes de la comunicación del poder todos los días a lo largo de las dos y media horas en promedio para fijar la agenda política, nacional, el manejo de la administración pública y los escenarios políticos de la oposición. Mal que bien, sus adversarios, opositores, críticos y observadores se mueven en el teatro político lopezobradorista, pero asumiendo el papel que el presidente López Obrador les ha asignado y sin tener capacidad para definir sus propios roles opositores.
A lo largo de casi cuatro años de ejercicio del poder político –desde la victoria de julio de 2018–, López Obrador ha creado un escenario de poder donde la oposición no ha podido definir un discurso ni un comportamiento y ha tenido que bailar a ritmo de la música que le ponen en algunas mañaneras en Palacio Nacional. En la lógica presidencial, el ritmo de la conversación y de la narrativa lo lleva a López Obrador y él dice cuándo, cómo y hasta dónde enfrentar a un tema o una realidad y con toda la tranquilidad del mundo cambiar a las coordenadas descolocando a una oposición que no sabe hacer política si no es en contra la persona del presidente de la República.
La oposición se alió para bloquear leyes, pero se olvidó de hacer política hacia el interior de sus partidos y hoy el PAN y el PRI están fracturados y el PRD continúa su camino inexorable hacia la disolución. El presidente del PRI quedó tan desacomodado por la ofensiva en su contra encabezada por una de las gobernadoras menos presentables de Morena y ha tratado de convertir su conflicto en un caso de persecución política que lo ha llevado a situaciones de profundización de la ruptura interna en su propio partido.
La oposición y los analistas opositores se olvidaron de la razón política y quedaron atrapados en los enredos y pantanos distractores que el presidente de la República les ha puesto en su camino, sin que hayan podido abrir debates de fondo que realmente discutan la realidad del país sin el presidente y que sería uno de los principales desafíos para salirse de una sucesión presidencial lopezobradorista y quedarse en los terrenos racionales de la política.
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