Estamos dinamitando nuestro lenguaje

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Una tarea primordial de todo Estado es la planificación lingüística, toda vez que define las palabras y expresiones a través de las cuales se comunicará una comunidad o Estado. Bajo tal entendido, puede ser del interés de un gobierno empobrecer el lenguaje o hacerlo más emotivo, dificultando las capacidades para contrastar y discutir entre personas.

Los gobiernos populistas se han caracterizado por sus usos del lenguaje. Por ejemplo, buscan mostrarse como popularmente “auténticos” frente a una élite política distante y tecnocrática, cuya mayoría de expresiones son demasiado complejas para el ciudadano promedio. Otra táctica es dividir a la gente entre dos bandos antagónicos, siendo el correcto, naturalmente, el que apoya al líder.

López Obrador ha sabido manipular la víscera pública a través del lenguaje. A lo largo de los años, hemos tomado su lenguaje y expresiones, sea adoptándolos o usándolos como burla. Sobre todo, cuenta con un amplio repertorio de frases y expresiones para denostar y descalificar no solo a sus opositores, sino a cualquier crítica desde “mafia del poder” hasta “conservadores”, pasando por “fifí”, “muchachones” entre muchas otras. El objetivo: hacer que las emociones prevalezcan ante cualquier debate.

Una señal preocupante del éxito que el presidente ha tenido, es la forma que esa radicalización del lenguaje ha permeado no solo a los simpatizantes del gobierno, sino también a los referentes de lo que se conoce como oposición. En lugar de restaurar el idioma común, ambos bandos se esfuerzan por dinamitar puentes de entendimiento radicalizando sus expresiones para referirse a los contrarios. Al respecto, hay dos palabras que se están usando para señalar a los contrarios, que de tanto usarse, han perdido significado: whitexican, y facilitador.

Hay una discusión urgente que debe atenderse sobre la desigualdad social y el racismo en México. Se requiere hablar de acceso a oportunidades, impuestos y una agenda amplia de reformas. Sin embargo, de nada sirve señalar ese clasismo como calificativo fácil, como sucede con whitexican. ¿Hay perfiles que encajan con esa imagen de mexicano caucásico, privilegiado e insensible? Definitivamente los hay, y en abundancia. Pero usar el término para definir cualquier cosa que les desagrada no solo refleja incapacidad para discutir, sino abona a la división y despersonalización del contrario. Por encima de todo, tampoco ayuda a que los aludidos abandonen sus prácticas y creencias.

Lo mismo ocurre en el otro bando, con el término “facilitador”. Se entiende por ello que hay personas que, al ayudar a que tenga aceptación el régimen, terminan siendo cómplices del daño que está haciendo al país. Ciertamente, existen personajes que cumplen con ese perfil. Sin embargo, y más allá de la bonita fantasía de creerse parte de una “resistencia”, usar esa palabra para toda persona que o simpatiza con el gobierno o es neutral termina dividiendo falsamente a una realidad muy compleja. Tampoco ayuda a ganar indecisos o neutrales si, como ocurre con la retórica del bando contrario, solo hay amigos o enemigos.

Si cada bando tiene sus propios discursos y expresiones, terminan perpetuando la división y el encono a nombre de una presunta superioridad moral. Eso elimina toda posibilidad de diálogo, donde se podría encontrar un arreglo a corto plazo. ¿Quién gana? Un gobierno que basa su legitimidad sobre emociones. A ese diálogo de sordos nos encaminamos, mientras Morena se afianza.

Más allá de fantasías de venganza, pensemos que tarde o temprano tendremos que hablar con quienes denostamos. ¿Qué les diremos cuando descubramos que no se trata de tener la razón, sino de buscar un arreglo que escuche a ambos bandos?

@FernandoDworak

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