PRI: el fracaso político hoy

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Guillermo Buendía

El 17 del mes pasado El Independiente publicó un breve texto titulado “La crisis de los partidos y las candidaturas independientes” firmado por Ulises Ruiz Ortiz, quien cita la tesis de Peter Mair del libro Gobernando el vacío: el vaciado de la democracia occidental para argumentar la factibilidad de la alternativa de candidaturas independientes. Al terminar su lectura recordé lo dicho, en abril de 2009, a un destacado militante entonces coordinador del Comité Nacional Editorial y de Divulgación del CEN del PRI, y ahora senador suplente: del partido de masas organizadas en sectores terminó siendo un partido de élites plutocráticas. -¿Dijiste partido plutocrático? -enfatizó asombrado Eduardo Ibarra. El resto de la conversación queda reservado bajo las reglas del GMC.

Era el tiempo de las dos derrotas presidenciales consecutivas que pesaban demasiado sobre los ochenta años de historia hegemónica del partido de Estado. El abandono del partido de masas -del que hacía alarde Fidel Velazquez Sanchez, legendario líder de la CTM, del movimiento obrero organizado bajo el control del PRI- fue una decisión deliberada de los tecnócratas liberales que veían en el sindicalismo y organizaciones campesinas un obstáculo para el proceso intensivo de concentración de la riqueza nacional. Cuando el partido fue alejándose de la anacrónica representación obrera, campesina y popular, por un lado; y siguió dando protección al manejo caciquil de los sindicatos nacionales de Trabajadores De la Educación y Petroleros de la República Mexicana, principalmente, con el propósito de mantener el control de la movilización magisterial en jornadas electorales, y conservar la caja chica para financiar campañas electorales de gobernadores y presidencial, por el otro, el PRI perdió las bases sociales que lo legitimaban en el ejercicio del poder.

Retomemos el hilo argumentativo del texto de Ruiz Ortiz. Mair caracterizó “la era de la democracia de partidos ha pasado” con la incidencia de nuevos fenómenos políticos formados durante los últimos años del siglo pasado, que en la década siguiente continuaron su desarrollo pleno. El politólogo irlandes murió a los 60 años, en 2011, dejando inconclusa la investigación publicada dos años después con el título arriba mencionado. No obstante, las contribuciones críticas fundamentales ya las había realizado tiempo atrás, por lo que fue galardonado, junto con Stefano Bartolini, con el premio Stein Rokkan de Investigación en Ciencias Sociales Comparadas.

La crisis de los partidos de las democracias liberales occidentales (europeas) ya no es exclusiva de aquel continente, sino que se ha extendido por América Latina, con las particularidades regionales y de cada país. Por ello, las aportaciones de Mair resultan ser instrumentos teóricos válidos para entender y explicar la realidad de la crisis del sistema de partidos mexicano. Sin embargo, el uso político de las aportaciones de Mair dado por las elites gobernantes y partidistas para replantear el tramado coyuntural de relaciones y luchas políticas, y reorientar el vínculo sociedad-Estado hacia opciones ciudadanas -la pretensión de perfilar una democracia de ciudadanos libres e iguales ante la ley- ahonda la crisis de la democracia alrededor del rol de los partidos que no se entienden si no son de clase.

En la política real es donde se encuentran los elementos de la transformación de los partidos. El concepto clásico de ser el vínculo sociedad-Estado en la actualidad resulta insuficiente para entender el desarrollo del sistema de partidos en las democracias liberales. El distanciamiento de los partidos de la sociedad, los retrocesos de participación electoral, el abstencionismo, la pérdida de identidad política, la lucha mediática dominante de la comunicación política, entre otras temáticas, son los fenómenos que caracterizan la era definida por Mair.

Una vez desechado el corporativismo durante la década de los noventa del siglo pasado, proceso iniciado en el sexenio del presidente Miguel de la Madrid, explica en parte la pérdida de las elecciones presidenciales de 2000, 2006 y 2018 (con el 36.11 por ciento de votos de Francisco Labastida Ochoa; 22.26 por ciento de Roberto Madrazo Pintado; y 16.40 por ciento de José Antonio Meade Kuribreña). También los resultados electorales del año pasado, en los que el PRI perdió gobiernos estatales y no ganó ninguna gubernatura, tienen una lectura crítica de haber abandonado el partido de masas. Resulta insuficiente el control de los jefes políticos priistas sin representación de posiciones políticas y administrativas en gobiernos municipales o del estado, o en los congresos locales o federal, y carentes de recursos económicos para la movilización de contingentes, el PRI ha visto la pérdida de la militancia corporativa obrera, campesina y popular.

El haber erradicado el corporativismo del partido no se explica con la simplicidad de una expresión ideológica de la posmodernidad. Esto respondió al plan de las élites tecnócratas de terminar con la representación política de las masas obreras, campesinas y populares de la estructura partidista que, por cerca de cincuenta años, otorgó posiciones de gobierno a la clase política de los sectores priistas. Esta representación corporativa, al obstaculizar el ascenso de los tecnócratas para asumir el control del partido, los sectores fueron desmantelados y desechada la articulación de bases sectoriales. Por otra parte, cuando se criticó la filiación corporativista de sindicatos y organizaciones campesinas y populares como una expresión de control de masas antidemocrático del régimen autoritario -retenida exclusivamente por el PRI- y que constituía el voto duro, con el paso del tiempo se prohíbe por ley que ningún partido pueda afiliar, de esta manera, a miembros de sindicatos.

El desarraigo social de candidatos pertenecientes a estas élites políticas se tradujo en derrota electoral. El grupo parlamentario priista coordinado por Miguel Angel Osorio Chong, luego de la derrota electoral del año pasado, los senadores que compitieron por alguna gubernatura se reintegraron al trabajo legislativo sin mayor relevancia. No así en la Cámara de Diputados, donde la pérdida de 57 curules por parte de MORENA le significa derrotas en todo intento de reformas constitucionales. La mayoría calificada es en sí misma el contrapeso real de la oposición de Va por México, y muestra de ello fue la votación registrada el domingo 17 de este mes.

En el periodo neoliberal se presentó el fenómeno de partidos controlados por élites tecnócratas que asumieron posiciones clave de gobierno. No solo es significativa la presidencia de la República en esta recomposición de las relaciones de poder, sino las que se dan en las secretarías de Estado y órganos autónomos, instancias judiciales y legislativas. Sin embargo, el vacío al que se refiere Mair es transversal para estas relaciones de poder, las cuales, desvinculadas de la representación del partido, han producido una crisis para la democracia representativa y abierto un proceso de deslegitimación reflejado en el retroceso de los índices de votación obtenidos, en la baja participación de militantes en campañas proselitistas. El abstencionismo y las tendencias del voto diferenciado son otros fenómenos electorales del vaciado de la representación democrática liberal.

El vacío de la representación partidista lleva de manera intrínseca -advierte Mair- a contar con organizaciones equivalentes que eventualmente suplan ese espacio vacante. Sin partidos que funcionen, no hay democracia. La premisa del politólogo europeo parece cierta en cuanto a la representación política de los partidos, siempre y cuando no se niegue la expresión de clase de los mismos. Sin embargo, la crisis de representación partidista está en el tipo de gobierno conformado una vez terminado el proceso electoral. Asumido el control del poder público delegado al gobierno, el partido -en este periodo del modelo económico neoliberal- pasa a ser solamente el instrumento por medio del cual las elites gobernantes definen a favor de las clases hegemónicas las políticas públicas de inversión privada, fiscales, de la seguridad social y salarial, del medio ambiente, entre otras, que aseguren la concentración y centralización de la riqueza nacional.

La presencia de partidos ideológicamente indistinguibles -afirma Mair- constituye una “gran coalición” caracterizada por una profesionalización tecnocrática interesada más en su supervivencia y obtención de beneficios que en las necesidades de su electorado. Razón directa de la crisis de legitimidad social de los partidos, y de la democracia liberal, burguesa, desde la crítica marxista. El profesor Víctor Hugo Martínez González, investigador de la Academia de Ciencia Política de la UACM, apunta que una “clave interpretativa de este desequilibrio (expuesta por Peter Mair) podría estar en cierto consenso alrededor de la democracia liberal como régimen que los partidos deben reproducir sin mayores transformaciones sustantivas. Partidos dispuestos solo para ese cometido… patrón partidista descrito por el concepto cartel party”. “Partido cartel. Una revisión crítica del concepto”, ensayo publicado en Foro Internacional, en 2016, Martínez González añade que “Katz y Mair no celebran la crisis de la política, como lo es también que esta crisis es real… las tentadoras ideas del postmaterialismo y la era de los post partidos, el consenso ortodoxo alrededor de la democracia liberal -con las adaptaciones que ello imponga a los partidos- … A efecto de ello, el juicio de que los partidos anticarteles representarían una reacción equivocada al encarnar las furias extremas del racismo, la xenofobia o la antiglobalización es una conclusión excesiva en sus textos… Mi punto es otro: las teorías de cambio social usadas por estos autores, su apreciación del vínculo entre el Estado y la sociedad, o su mirada sobre la política y sus representaciones, han recibido los suficientes cuestionamientos para repensar si por fuera de los carteles los partidos ponen en peligro su supervivencia y la de la democracia”.

Hasta aquí, la crisis de la representación de los partidos no se traduce mecánicamente en la desaparición de los mismos. En la política real de los cambios sociales -no revolucionarios- las crisis son transformadoras de las relaciones de las elites que ostentan el poder público de las democracias liberales. Por ello, la factibilidad de las candidaturas independientes no es más que otra expresión de legitimar la lucha política de los partidos dentro de la democracia liberal.