Intelectuales y poder

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Guillermo Buendía

Para Pilar Llergo, a quien conocí a mediados de la década de los setenta, en la redacción del extinto Diario Avance. Con aprecio.

En todos los países el estrato de los intelectuales ha quedado radicalmente modificado por el desarrollo del capitalismo. Antonio Gramsci, Escritos políticos (1917-1933), siglo XXI editores, México, 1981.

I

Dos desplegados. “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia” del 15 de julio; el otro, “En defensa de la libertad de expresión. Esto tiene que parar”, publicado el 17 de septiembre. El primero, con treinta firmas suscriben conclusiones de la interpretación de los resultados electorales de 2018, para después enunciar las consecuencias de la integración de los Poderes del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. En tanto, el segundo, refiere circunstancias que, para seiscientos cincuenta firmantes ponen el riesgo el derecho constitucional. Ambos documentos avalados por distinguidos y reconocidos intelectuales, investigadores, académicos, científicos, escritores, artistas y periodistas, quienes indirectamente al colocar el tema de las relaciones de los intelectuales con el poder en la discusión pública cuando externan su postura sobre dilemas de la democracia mexicana, convocan a la reflexión y debate imprescindibles en el contexto de las transformaciones emprendidas, las cuales han trastocado el tramado político del orden establecido durante el periodo neoliberal.

Sin duda alguna, el papel de los intelectuales –tan complejo y polémico– es un asunto nada despreciable en la recomposición del poder de las sociedades capitalistas modernas, pues evidencia el desarrollo, estancamiento o retroceso de la democracia representativa, participativa o parlamentaria sobre la que se erige el régimen de gobierno y el orden jurídico e institucional del Estado. Esto es. La recomposición del poder, al margen de los intelectuales, es un fenómeno intrínseco de la democracia como expresión relativa a la renovación y movilidad de las élites políticas de manera periódica, mas la constitución de gobiernos requiere de la legitimación del ejercicio del poder, incluido el monopolio estatal del uso de la fuerza. El rol de los intelectuales no es el mismo con respecto a los antecedentes de la democracia antigua, como tampoco lo es si lo comparamos con el de los estamentos insertados en la estructura teocrático durante el periodo feudal y después en el renacentista. La Apología de Sócrates, los fracasos del mismo Platón al haber incursionado en los asuntos públicos, y Aristóteles al servicio de la educación de Alejandro, hijo de Filipo; de Tomás de Aquino, Agustín o Maquiavelo. El Protréptico. Una exhortación a la filosofía, dedicado a Temisonte, rey de los chipriotas, Aristóteles dice de él –según Carlos Megino Rodríguez, traductor y autor de las notas de la edición de Gredos, España, 2011, quien incluyó la versión reelaborada del Fragmento I de Düring, que transcribo parte-: “Tu deseo de saber, Temisonte, y tu aspiración a la excelencia y a una vida feliz las conozco de oídas y estoy convencido de que nadie posee mejores condiciones que tú para emprender el estudio de la filosofía… (Fragmento 4) Y esto es verdaderamente así, como dice el proverbio, la sociedad cría insolencia y la incultura con poder, insensatez…, no entregar el poder a los viles”. La postura crítica hacia quienes ejercen el poder no es exclusiva de los filósofos griegos. Los profetas hebreos dirigieron amonestaciones contra los reyes “condenando acciones que les parecían malas y exigiendo acciones que consideraban necesarias para la justicia… (éstas) encierran principios religiosos de gobierno e implican una filosofía política de base religiosa”, señala Israel I. Mattuck en El pensamiento de los profetas (Fondo de Cultura Económica, México, 1962).

Las relaciones sociales y políticas de los intelectuales son consustanciales de las democracias de hoy día. Sin embargo, este punto de partida poco aporta si no se entiende que éste no sólo concreta las particularidades del desarrollo capitalista y régimen democrático alcanzado, sino la conciencia social de los intelectuales al confrontar, desde su perspectiva, la existencia social. Antonio Gramsci acuñó los conceptos de intelectuales orgánicos y superestructura; Louis Althusser distinguió la política de lo político; Carlos Marx analizó los procesos de alienación y enajenación; Vladimir I. Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo “en el periodo de la historia de Rusia en que la autocracia zarista, luego de aplastar la revolución de los años 1905-1907, implantó en el país un atroz terrorismo policíaco y en que la reacción se desbocó en todas las esferas de la vida de la sociedad”. La Nota de la Editorial aclara que la

reacción desbocada no es un fenómeno exclusivo ruso sino de la época del imperialismo: “la ficticia imparcialidad de la filosofía burguesa, imparcialidad disimulada con tretas terminológicas y escolasticismos ‘eruditos’. Mostró que el desarrollo de la filosofía en la sociedad dividida en clases antagónicas se manifiesta ineludiblemente en la lucha de las dos direcciones filosóficas fundamentales: del materialismo y el idealismo que, por regla general, expresan respectivamente los intereses de las clases progresistas y de las clases reaccionarias”.

 

II

Formados dentro de la cultura de la intolerancia religiosa del siglo XIX los intelectuales, hacia finales de ese siglo, van a divergir entre el conservadurismo dominante y el liberal que, durante la Reforma y al término de la Revolución Mexicana, el pensamiento de éstos últimos impregnó el Constituyente de 1917 y la formación del Estado moderno en la década de los treinta. De la tertulia donde se escuchó la sentencia “No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos” de Ignacio Ramírez, recogida por Diego Rivera en el mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” pintado para decorar un salón del Hotel del Prado, inaugurado en junio de 1948, queda comprendido un periodo histórico marcado por la secularización y el derrumbe del sistema colonial de tres siglos bajo el cual la libertad, en distintos momentos, no fue al parejo de su reconocimiento como derecho constitucional. La intolerancia fue el mecanismo por excelencia de la opresión política para conculcar el ejercicio de la libertad y de sometimiento de la conciencia social a través de la inmovilidad del orden moral, por lo que en ese entorno decimonónico el Estado erigido pretendió conservar la religión católica como única y perpetua –factores para la reproducción del pensamiento, ideología y cultura conservadoras– que todavía el arzobispo de México, Luis María Martínez mostró que los resabios de esa intolerancia continuaban siendo útiles para censurar la obra artística. No fue hasta abril de 1956 cuando Rivera decidió cambiar la frase “Dios no existe” por “Conferencia en la Academia de Letrán, el año de 1836”, clara alusión de la postura de el “Nigromante”, aunque, ocho años atrás había hecho declaraciones a la prensa en el sentido de no renunciar por ningún motivo “a expresar una verdad histórica, ni abuso del derecho de libertad de expresión”. Esta libertad inalienable se suprime solo bajo regímenes dictatoriales castrenses o se restringe y prohíbe en estado de sitio o de excepción como recursos represivos de conciencia y control sociales.

Durante el porfiriato la persecución, encarcelamiento, destierro y asesinato de opositores fueron los métodos de que se sirvió la dictadura para conservar el orden y progreso. La miseria y opresión del orden impuesto a las masas rurales para asegurar la opulencia y privilegios del progreso de unos cuantos. Un siglo después, la desigualdad de la sociedad mexicana estructurada en clases es el fondo democrático de las relaciones sociales y políticas de los intelectuales con el poder. “¡Que cargara el diablo con los humildes, con los pecadores, con los abandonados, con los rebeldes, con los miserables, con todos los que quedaban al margen del orden aceptado!”, escribió Carlos Fuentes al final de Las buenas conciencias, en 1959, dedicado a Luis Buñuel, “gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”. “Es indiscutible que la permanencia de las oligarquías, o de las élites en el poder –afirma Norberto Bobbio– se opone a los ideales democráticos. Esto no evita que siempre exista una diferencia sustancial entre un sistema político, en el que hay muchas élites en competencia en la arena electoral, y un sistema en el que existe un solo grupo de poder que se renueva por cooptación”. Los límites de la democracia formal –el “conjunto de reglas procesales” de elección– van más allá de ver el voto como una “mercancía que se puede ofrecer al mejor postor”, dado que como sistema de representación política para dirimir los conflictos de interés de las facciones de la oligarquía y élites, los fracasos de gobernabilidad de la democracia solo acusen a la naturaleza de las políticas públicas de un gobierno y no a la lucha de clases que subyace.

 

III

Es por ello que los desplegados referidos deben atender la postura ideológica de los intelectuales al interpretar el reacomodo del poder y los riesgos que de éste se deriven, porque de no ser así, se refrendaría la concepción de que la sociedad ha alcanzado al fin el estadio pleno del desarrollo y lo que hace falta ahora son las “mejoras selectivas” del sistema. Los desplegados son expresión legítima del disentir ideológico y político de los intelectuales, no obstante, todos ellos no comparten ser considerados intelectuales del régimen. Solo algunos han de ser vistos bajo la definición hecha por Umberto Eco, en 2002: “… deben aceptar la idea de que el grupo, al que en cierto sentido han decidido pertenecer, no les ame demasiado y les da palmaditas en la espalda, entonces es que son peores que los intelectuales orgánicos: son intelectuales del régimen”. Éstos se ofrecieron como “oráculos” al régimen y sirvieron a éste. Esta condición no se presenta para denostar a ninguno y menos descalificar a nadie cuando asumen públicamente la postura de criticar al gobierno del presidente López Obrador. El poder, por el otro lado, cooptó a los intelectuales para legitimar la apología neoliberal. Del nacionalismo revolucionario del milagro mexicano se pasó al mercado libre de la era global. La apología del curso del modelo neoliberal se mezcló con el discurso ideológico dominante para convencer de que el populismo, estatismo y el autoritarismo propio de la concentración de poder –los riesgos de que advierten los intelectuales para fijar su oposición– son afectaciones a la democracia mexicana y, por ende, las libertades constitucionales. Mas quienes suscriben estos desplegados en atento escrutinio de la historia individual de los intelectuales, escritores y periodistas, no se debe aplanar en una sola conceptualización, de intelectuales orgánicos, su posición política.

La distinción entre opinión y análisis es abismal. La disertación socrática sobre las acusaciones denota la rigurosidad del método para llegar a la verdad de las motivaciones de éstas. “Las opiniones no suministran el saber que la virtud exige, ya que se originan de los estados cambiantes del sujeto y objeto, poco importa que, incluso, sean el producto de una meditada reflexión y justificación de tales percepciones; el referido saber tiene un origen y objetos de conocimientos muy diversos”, escribió Francisco Larroyo en el estudio preliminar de los Diálogo, para buscar la fuerza de la virtud que hiciera posible sostener la decisión de no escapar de la fatalidad: “los ciudadanos, han celebrado entre sí un contrato para constituir el Estado, cuyo incumplimiento es una falta de lealtad política”. Sin embargo, ese “contrato” que envuelve las relaciones de los intelectuales con las élites políticas que representan el poder de las oligarquías, marca momentos críticos cuando se presenta la recomposición política producto de elecciones democráticas. De ahí que los pronunciamientos contenidos en ambos desplegados son “paradojas de la democracia –dice Bobio en El futuro de la democracia– es decir, de las dificultades objetivas con las que se enfrenta una correcta aplicación del método democrática, precisamente en las sociedades en las que continúa la demanda de democracia… el otro tema objetivo de debate permanente es el que se podría llamar de ‘los fracasos’ de la democracia”.

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