Sucesión, reglas

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Las diecinueve sucesiones presidenciales desde la presidencia, de 1920 a 2018, han querido ser vendidas como un juego esotérico y secreto del poder. Sin embargo, un acercamiento desde la ciencia política –hechos de poder sujetos a verificación– podría a ir esclareciendo ciertas reglas fijas entre otras de distracción.

La principal regla sucesorio es obvia: el presidente saliente pone de candidato de su partido al que pueda garantizarle una continuidad personal, de proyecto y de grupo. Coso caso de análisis político está la sucesión de 1994: Manuel Camacho Solís solo garantizaba la primera condición, pero no las otras dos. En cambio, Luis Donaldo Colosio sí certificaba las tres, aunque en la segunda quincena de marzo se había alejado de la tercera.

El problema más grave del presidente saliente es tener las certezas de los compromisos de los precandidatos con las tres condiciones. A Colosio le reprochaban que no se hubiera esperado a tomar posesión para mostrar su alianza política con Camacho.

Camacho, en realidad, no era adversario del presidente Salinas. Como politólogo o científico político, Camacho tenía una mente estratégica en términos científicos. Seguro de su amistad con Salinas, en el gabinete se opuso a las líneas políticas generales del gobierno y siempre insistía en la reforma político-democrática.

Luis Echeverría, en cambio, había mantenido unido un grupo de políticos profesionales del presidente Díaz Ordaz e inició su ruptura cuando ya tenía medio año en el poder. Sus discursos de campaña criticando la dureza del régimen diazordacista al cual había servido con el puño de hierro de la Secretaría de Gobernación y el homenaje a los estudiantes del 68 en la Universidad Nicolaíta durante su campaña estuvieron a punto de quitarle la candidatura, pero el presidente se percató que ya no era posible porque causaría una ruptura de sistema.

El problema radica en circunstancias de desánimo y desconfianza del presidente saliente cuando comienza a perder fuerza y poder. Una de las dudas que corroe la autoestima presidencial es saber si su sucesor lo va a respetar o le dará su lugar a su grupo.

Lo claro es que todo presidente arranca su sexenio con certezas propias y necesidades de deslindamiento-alejamiento-ruptura con su antecesor, pero a la hora de operar su propia sucesión se olvida de esas enseñanzas.

Ahí, en esos instantes de realismo político que suelen tener los hombres de poder se establece la interpretación personal sobre el trato con su sucesor y suele ocurrir que el presidente saliente se olvida de lo que el hizo con su antecesor.

Una revisión de los grupos de poder cada sexenio podría arrojar un dato importante, aunque no determinante: todo grupo político de un presidente puede durar solo dos sexenios, porque cada doce años hay un relevo de élites.

 

Juego de las sillas

  • Hasta ahora, todos los precandidatos presidenciales se han cuidado de no romper la unidad de grupo. Pero paulatinamente se darán circunstancias que comiencen a fracturar la unidad lopezobradorista y ahí habría una señal sucesoria clave.

indicadorpolitico.mx

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