Carlos Salinas de Gortari llegó al momento de la decisión de designar a su sucesor en 1993 con una enorme fuerza política a su favor. Sin embargo, errores estratégicos lo llevaron no solo a liquidar el modelo del dedazo presidencial, sino que dieron al traste con su propia popularidad y sentaron las bases para que el PRI perdiera la presidencia.
Desde el inicio de su gobierno en diciembre de 1988, Salinas se encontró atrapado entre tres figuras de poder: el superasesor franco-mexicano Joseph Marie Córdoba Montoya, la figura ascendente de Luis Donaldo Colosio como el eje político de su gobierno y la presencia con capacidad de autónoma de Manuel Camacho Solís con su agenda de transición a la democracia ajena a la prioridad salinista de reorganización y globalización productiva.
El sexenio de Salinas transcurrió con esta división el interior de su gabinete que estalló en mil pedazos el 23 de marzo de 1994 con el asesinato de Colosio. Con capacidad de fuerza para haber manejado con mayor habilidad la sucesión, Salinas mantuvo ese juego lúdico de poder que retozaba con las expectativas de los precandidatos, porque al interior del gabinete nunca negó las posibilidades de que Camacho pudiera ser el candidato oficial.
El trasfondo de la sucesión de 1994 fue la confrontación entre dos continuidades salinistas: la personal, de proyecto y de equipo vía Colosio y la de posibilitar la transición de régimen político con Camacho; en los hechos fueron posiciones excluyentes, sobre todo porque el autoritarismo de Salinas nunca le concedió posibilidades al manejo articulado de las reformas productiva y de régimen.
El modelo económico de Salinas de tipo neoliberal liberó nuevas fuerzas nacionales, pero no les abrió canales de participación. Por ello las crisis previas a la decisión sucesoria no fueron explosiones aisladas, sino que mostraron los signos de incapacidad del viejo régimen para permitirle continuidad a los estilos y figuras del nuevo régimen. El modo de decisión sucesoria de Salinas fracturó no solamente a su equipo, sino que mostró la debilidad orgánica de su administración.
El error de Salinas fue su negativa a adelantar y negociar con Camacho la candidatura de Colosio permitiendo la división interna y la oposición de todo el gabinete salinista a cualquier espacio político para Camacho. En este sentido, la unidad en la élite política quedó fracturada con la negativa de Camacho a reconocer a Colosio y luego con su pacto con Colosio para ser como secretario de Gobernación y darle la tarea de empujar la transición a la democracia que Salinas veía como principal obstáculo a la consolidación de la globalización comercial del Tratado.
El retraso en la transición democrática dejó a los grupos oscuros del poder sin canales de participación o de acotamiento y desde mayo de 1993 a febrero de 1995 Salinas fue jaloneado por una situación que él mismo definió como “una tremenda lucha por el poder”. Con Camacho enojado por el juego perverso del dedazo, Salinas se encaró la violencia política sin ningún instrumento ni consejería política.
La crisis sucesoria de 1994 y su efecto en el asesinato de Colosio y el colapso del sistema priísta que condujo a la alternancia fue responsabilidad histórica de Salinas. Y el país no ha encontrado un nuevo acuerdo institucional, democrático y republicano para iniciar una nueva fase de estabilidad.
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