Como en el cuento de Augusto Monterroso, el dinosaurio tricolor sigue ahí, a pesar de dos sexenios azules y uno, el actual, en que se habla hasta el cansancio de transformación y que “no somos iguales”. Para quien quiera ver, las señales se han dado, desde el regreso del presidencialismo omnipotente, del tapado, del hecho de que volvemos a hablar de sucesión y de que se vuelve a tener a un partido que busca llevarse de todas, todas.
Volver a los orígenes
No hay duda de que el priismo es una parte importante de la cultura política mexicana y de que está de regreso de la mano del presidente López Obrador.
Varios indicios hay en este sentido. Por ejemplo, la concentración del poder en la figura del mandatario en turno, quien se convierte –al igual que en la época de la aplanadora tricolor– en la persona más poderosa del país, en quien decide todo y por sobre todo, además de ser el jefe nato del partido.
Pero, además, tenemos el regreso de la tradición del tapado, de volver a hablar de la sucesión presidencial y no de una elección que puede favorecer a cualquiera de sus participantes, de uno o varios aspirantes ocultos y de la opinión de los sectores del partido –o del pueblo en este caso–.
No cabe duda que origen es destino y López Obrador ha demostrado que, si se tardó 14 años en terminar sus estudios de licenciatura, en materia de política práctica y partidista aprendió pronto, aunque le toque aplicar tales enseñanzas en un siglo XXI que tiene a otra sociedad.
La manera en que gobernadores elegidos democráticamente y que cuentan con toda la legitimidad para ejercer el cargo, como es el caso de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, se supeditan a los dictados del presidente, es otra señal de que los tiempos de los presidente priístas regresaron, con lo que vemos de nueva cuenta a un mandatario que puede pasar por sobre todos e imponer su voluntad.
El ejemplo más claro en este sentido es que ahora se vuelve a hablar de sucesión presidencial, de quien es el favorito del presidente, quien no aclara de quién se trata, con lo que regresa la figura del “tapado” a la discusión pública.
Si se revisan las columnas y artículos después de las elecciones del 6 de junio –aunque algunas ya traían el tema desde la tragedia de la Línea 12–, se vuelve a repetir el argumento de que el candidato presidencial en Morena será quien sea el favorito del presidente, con lo que las apuestas han empezado a correr y algunos ven a Claudia Sheinbaum como la favorita, en tanto que otros apuestan a favor de Marcelo Ebrard, aunque no falta quien arriesgue por Ricardo Monreal.
Otra muestra de ese priísmo que revivió con la llegada de López Obrador al poder, es la manera en que los legisladores de Morena se muestran más como empleados de Palacio Nacional que como representantes populares.
La indicación de que alguna iniciativa presidencial se tenía que aprobar “sin cambiarle ni una coma”, se cumplió al pie de la letra y así ha sido en repetidas ocasiones en que los propios legisladores orgullosamente presumen que están ahí para apoyar el proyecto del presidente, no para representar al pueblo –que tanto dicen defender–, ni para resolver las necesidades de sus electores, sino para apoyar al presidente, recalcan.
En un país que en el año 2000 votó para sacar al PRI de los Pinos y que en 2018 lo hizo, pero para castigar tanta corrupción de un gobierno priísta como el de Peña Nieto, que ahora regresen las prácticas tricolores y se vuelva a tener a un partido que muestra sus peores vicios, no se puede concebir que los que antes criticaban y combatían al PRI, ahora se encuentren cómodamente instalados en la nueva versión del que también fuera llamado “partidazo” en sus años de gloria en la última parte del siglo XX.
Y es que ahora resulta, emulando al insigne legislador que defendió a Gustavo Díaz Ordaz luego del 2 de octubre del 68, justificando sus acciones, que muchos de los simpatizantes de López Obrador defienden a capa y espada sus decisiones, aunque sean puras contradicciones, como la promesa de sacar al Ejército de las calles que se convirtió en una Guardia Nacional que será parte de Sedena y que los morenistas en la Cámara de Diputados y el Senado están viendo cómo justificar.
Pero quizá el problema no es que se piense que el priísmo está de regreso, sino que en realidad nunca se ha ido y las prácticas que implantó en la política mexicana se han seguido llevando a cabo, desde distintos partidos, sin que los críticos de ayer se den cuenta, o quizá porque ahora ya los incluyeron en el presupuesto.
De cualquier manera, en especial para el ciudadano que ha mostrado rechazo por el PRI –y partido que lo acompañan–, debe ser visto con preocupación que mucho de lo que se criticó al tricolor esté de vuelta y de la mano de un presidente que prometió hasta el cansancio, pero que en lo que llevamos del sexenio ha quedado mucho a deber, por más que sus defensores busquen justificar diciendo que se trata de mentiras de la derecha.